El sueño de Julio Ernesto


Hoy me sentía como dice Benedetti, como un embarcadero, pero sin siquiera con una última embarcación lúgubre; un embarcadero carcomido por el salitre, el agua y el sol porque es tan difícil luchar por hacer buen periodismo y llegué a entrevistar a Julio Ernesto Alvarado. Platicamos entre su sonrisa y el quebranto de su vos al preguntarle si ha llorado y al final del encuentro me siento como una soñadora, con mi vestido y mi pelo moviéndose por el viento fresco, parada en el embarcadero con que inicio esta historia porque esa actitud de Julio Ernesto me recordó que vale la pena soñar aunque la maquinaria del poder esté en su contra y lo quiera inhabilitar para ejercer el periodismo, me motiva su gratitud, su entusiasmo por el periodismo en esta circunstancia, su motivación para mi trabajo, su esperanza de que todo lo que está sufriendo servirá para lograr cosas buenas para los periodistas, su confianza en ganar la batalla judicial contra el gigantesco poder que lo oprime, despenalizar la difamación y poder seguir siendo periodista. Y si veo con atención, si observo, me doy cuenta que esos anhelos, aunque quizás no se cumplan, nos dan más motivos para vivir en comparación con los que tiene un magistrado servil sin sueños ni propósitos, sin trascendencia o una funcionaria corrupta, con influencia política. Ellos creen que riqueza es estar acomodados y tener todo lo que les enseña el sistema consumista y finalmente no aportan nada a la humanidad. Así que prefiero a los soñadores como Galileo Galilei o como Tomas Alva Edinson o el periodista que dormía en las bancas del parque y comía cuando podía, Gabito, o el periodista que dice: lo vamos a lograr y confía aún con una orden de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia que le han dado vuelta a las sentencias de los jueces de primera instancia, ya varias veces, para ordenarles inhabilitar por primera vez a un periodista hondureño.

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