Publicado en la revista Hablemos Claro
CORREO
El cartero toca varias veces
·         Despedidas, abrazos, caricias, suspiros que vienen y van desde lejos… letras impresas que la tecnología no puede desplazar.
·         La incertidumbre se posesiona del cartero que piensa: ¿Qué va pasar si no hay nadie en esta casa?

 Por Wendy Funes
Tegucigalpa. Las cartas con polilla son recuerdos que pueden sentirse con la piel.
Esos papeles con sentimientos llegan a casa en las bolsas de esos hombres cuyos pies nunca fallan del otro lado de la puerta: los carteros.  
Las mulas, los caites y los trajes de manta que usaron por primera vez allá por 1887, cuando el presidente Marco Aurelio Soto fundó el Correo Nacional de Honduras ya fueron reemplazados.
Los nuevos carteros ataviados con camisa azul y pantalón de mezclilla, viajan en motocicleta.
Gritan “el correooooo” y tocan varias veces.
Si las anécdotas pudieran contarse en las cartas que entregan, la gente sabría que  sufren mordidas de perros, que uno de ellos perdió un testículo mientras repartía el correo.
Que ellos saben que una carta puede salvar una vida o conservar el amor. Pero a  veces también pueden interrumpir un buen momento de amor. “Je, je, ¿qué le vamos a hacer?  Así es esta cuestión”, sonríe el cartero.
Los perros
Más anécdotas: el perro que hizo pedazos la correspondencia, la lluvia y el sol no impiden que ellos vallan por los caminos enlodados, polvosos o pavimentados, con su bolsa en el lomo, hasta llegar a su destino.
O la carta decía cosas tan lindas que el correo recibió un abrazo bien apretado o el mensaje es tan desagradable que el correo recibió los insultos. “ja, ja, ¡quiere ganas! Es que esta cuestión así es”, sonríe el cartero. O las cartas enterradas en una gaveta porque la dirección es imposible de encontrar tras varios días de faena.
Y el cartero que llega en momentos inoportunos… ¿Je, je, pero quien para saber en lo que estaban y en el reflejo de la cara se les nota, entonces les pedimos disculpas por haberlos interrumpido”, cuenta Juan Bautista Hernández, con 14 años de ser cartero.
 
Sentimentales
Las cartas de amor, de dolor… las mismas cartas en las que Gabriel García Márquez inspiró el drama de un coronel esperando un correo, las mismas cartas que inspiraron a Miguel Ángel Asturias para contar las hazañas del correo que por ratos era correo y por rato coyote… las mismas letras que inspiraron a Pablo Neruda para escribir una carta a varias generaciones sobre versos tristes en una noche estrellada.
Son las cartas invencibles a pesar de las innovaciones tecnológicas.
El correo está en manos de los carteros que son como héroes anónimos, sorteando todas las dificultades para hacer llegar hasta su destino esas despedidas, abrazos lejanos, caricias que vienen y van desde lejos.
 
Letras impresas que los carteros llevan sobre sus espaldas y que con un correo electrónico no se pueden tocar.
 
La gente recibe noticias alegres o tristes, se ríe o llora con esto que llevamos en nuestras manos, considera el jefe de la Sección de Correos, David Zelaya.
“Los carteros somos una especie de héroes anónimos. Traemos alegrías y tristezas y a veces recibimos hasta gritos de alegría de las personas”.
En colonias como El Pedregal, nos cantan un estribillo y nos dicen: “el correo ya llegó, ya llegó…correo”, disfruta Zelaya.
Tiene más de dos décadas en esta labor y siente que se le pone la piel de gallina cuando entrega una carta y la gente se alegra.
Las cartas llegan al país desde Estados Unidos, España, Sur América, Pakistán, África, Alemania, entre otros, y desde la capital hacia Cortés, Olancho, Santa Bárbara, Yoro, Ocotepeque, en su mayoría.
 “A veces hay uno que otro enamorado que de la misma colonia le manda una carta a una amiga. Es que esto así es”, dice  Zelaya.
 
La tecnología desplazó el sentimentalismo
Pero no todos disfrutan de l emociones entre familia de la correspondencia escrita, Jorge Retes, vive en la colonia Lara y tiene su cartero de muchos años al que ya conoce se llama José Luis Rubio. Él tiene más de tres décadas de ser cartero.
Retes dice que su cartero le lleva correspondencia comercial y de oficina porque ahora con el internet y el teléfono es innecesario escribirse cartas con sus parientes que están en Italia y Francia.
Constantino Farach también recibe correspondencia, pero de igual forma es comercial porque utiliza el internet para hablar con sus amigos o parientes que están lejos de él.
“Pero es bueno recibir correspondencia”, manifiesta Farach.
Una sala con movimiento
En las salas de despacho de correspondencia están los casilleros con papeles blancos sellados.
Esta sala se llena de direcciones, remitentes y destinarios plasmados en sobres todas las mañanas a la hora de la distribución.
Los carteros dividen las misivas por colonias y cada uno toma su paquete para salir a hacer su labor, suben a su moto y vuelan hacia el destino quizás de algunos ojos que esperan cada día como si la esperanza fuera un tesoro que llega con las cartas.
Hay cartas que nunca llegan
María Rodríguez tiene varios treinta años y salió de su casa en el departamento de Lempira desde que era una adolescente.
Su madre vive en Lempira, en una zona fronteriza con El Salvador, su mamá no mira noticias porque en su comunidad no hay electricidad, tampoco tiene teléfono y la única esperanza de volver a comunicarse con ella es a través de una carta. Pero, “yo no sé cómo se pone una carta”, dice María que se gana la vida lavando y planchando para sacar adelante a sus dos hijas. “Creo que voy a ir a visitarla”, concluye, pensando en cómo estará su madre después de tantos años.
Esta forma de comunicación inició oficialmente en 1887 que el presidente Marco Aurelio Soto inauguró el Correo Nacional de Honduras, bajo la administración del cubano Joaquín Estrada Palma.
En el Museo del Correo Nacional están las gráficas de los primeros carteros que a lomo de mula, vestidos de manta, con sombreros y caites llevaban en las sacas las cartas hacia Comayagua y a otras zonas de la capital. Tegucigalpa era entonces una ciudad fresca, empedrada, con cerros verdes.
El primer vehículo utilizado para distribuir el correo fue un Ford traído en 1910 por la familia Melara de Comayagua, según la información disponible en este museo. En las vitrinas de este lugar están los bolsones que  han usado los carteros a lo largo de la historia.
Este museo se hizo para que la gente conozca la historia del correo y nos pueden visitar, invita el jefe del Despacho Público del Correo, Francisco Munguía.
Así desde la escritura en cuevas hasta la escritura en un ordenador muestran la necesidad humana de comunicación.
 
 

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